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¿Qué demonios está pasando aquí?

Amparo Rubiales, presidenta del PSOE de Sevilla, icono del partido socialista, tiene que dimitir por decir que un judío es judío y que ese judío es nazi, lo que también es verdad porque el individuo es fascista, y el partido de Hitler y sus sucedáneos actuales se inspiran en el fascismo. Como la estrategia de los partidos fascistas en España se basa en demoler a toda ideología que defienda el progreso de los españoles, ahora piden la dimisión de Francisco Martín, delegado del Gobierno en Madrid, por decir que los de Bildu «han hecho más por España que todos los patrioteros de pulsera»; otra verdad como un templo. Que yo sepa, no ha dimitido, pero ha pedido perdón. ¿Perdón por decir la verdad?  Desde su entrada en el Congreso, Bildu ha votado a favor de la mayoría de las leyes sociales propuestas por el Gobierno. El PP y Vox han votado en contra. ¿Qué partido ha hecho más por España, es decir, por los españoles? En medio de la confusión que confunde a la mayoría, algo que está claro es que la mayoría de los medios con más audiencia del país  han entronizado la mentira y han conseguido que se penalice la verdad. Con esa tergiversación de la realidad en mente, la mayoría de los españoles que votaron el 28-M votaron contra los demás y contra sí mismos. ¿Votará esa mayoría el 23-J con el mismo ofuscamiento que confundió su razón en mayo?  

Los resultados de las elecciones del 28-M obligaron a todos los ciudadanos a enfrentarse a una realidad apabullante. De pronto, la mayoría de los votantes provoca en varias autonomías y ayuntamientos el derrumbe de la obra humana y social construída por gobiernos progresistas. En su lugar, los nuevos amos prometen reconstruirlo todo con estructuras de otros tiempos; restaurar un pasado glorioso que con banderas, lemas, símbolos, letanías y jaculatorias devolverá a los miserables el derecho a vivir su miseria con orgullo. ¡Bienaventurados los pobres!, exclamó el Jesús de Lucas, y de repente los pobres y medio pobres, hartos de las fatigas de estos tiempos tan duros, votaron para dejar este mundo tan feo en manos de los ricos a cambio de la promesa del Reino de Cielos para cuando dejen de sufrir. 

Vagando atónito entre los escombros, el ciudadano inteligente y mentalmente y emocionalmente sano se pregunta ¿qué carajo está pasando aquí? La respuesta la da Nietzsche por boca de Zaratustra y, con mayor actualidad, Rachel Maddow, una de las analistas políticas de mayor prestigio en los Estados Unidos. Es una respuesta que podría devolver al mundo la esperanza de recuperar la humanidad gracias a uno de los regalos que el hombre, macho y hembra, recibió con su creación: el miedo. 

Empecemos por Maddow. No contenta con presentar en televisión un programa de análisis político de máxima audiencia, hace unos meses lanzó una serie en podcast sobre el auge del fascismo en los Estados Unidos de las primeras décadas del siglo pasado. Los documentos escritos, grabados y filmados de aquella época llevaron, a quienes se pusieron a reflexionar sobre el asunto, a una conclusión escalofriante. Si Japón no hubiera atacado Pearl Harbour, Estados Unidos no hubiera entrado en guerra contra Japón y sus aliados; Italia y Alemania. Alemania habría tenido las manos libres para sojuzgar a los países de Europa a los que aún no había vencido. Las radiaciones de su victoria habrían podido deslumbrar  a todos los votantes estúpidos del mundo que, democráticamente, habrían destruido a las democracias votando por fascistas admiradores de Hitler y su nacional-racismo demencial.

Ahora Maddow se ha metido en otro berenjenal aún más horripilante; una serie en podcast sobre la crisis del 6 de febrero de 1934 cuando las Ligas de extrema derecha y otros grupos afines se manifestaron en la Plaza de la Concordia de París, frente al Parlamento, con la intención de derrocar al gobierno de izquierdas elegido dos años antes. El podcast excita al miedo desde el título: «Deja News», paráfrasis del déjà vu francés. O sea, que lo que Maddow quiere decirnos es que el auge del fascismo hoy en día en todas partes, incluyendo a Europa, es decir, incluyendo a España, es una repetición de lo ya vivido. Lo ya vivido es que en las primeras décadas del siglo XX, el fascismo creció en Italia, Alemania y España hasta estallar en una guerra civil, una guerra mundial, un Holocausto. Lo ya vivido vuelve hoy; el fascismo vuelve a crecer, va creciendo al ritmo en que van creciendo los estúpidos dispuestos a cargarse la libertad y el bienestar de todos sus compatriotas incluyéndose a sí mismos. La estupidez, que parece obedecer a impulsos sádicos, es, en realidad, una forma de masoquismo. 

El déjà vu corroboraría el eterno retorno con que el Zaratustra de Nietzsche ha amargado la vida de tantos filósofos profesionales y amateurs. Son muy pocos los que no experimentan la caída del alma a los pies si se convencen de que todas las circunstancias de la vida se repiten, se repetirán eternamente. La vida es dura, tan dura que, para quitarse el miedo de encima, hay que creer, o que todo acabará con la muerte o que el alma vivirá eternamente disfrutando de eterna felicidad si se ha pasado su vida en la tierra evolucionando constantemente como ser humano. Pero con todo lo que a todos nos toca pasar en este mundo, ¿quién quiere que todo se vuelva a repetir en una segunda vida exactamente igual que ocurrió en la primera? Sólo de pensarlo me vuelven a doler los veinte puntos que me cosieron en un muslo la primera y última vez que me subí a una bicicleta. Y eso que sólo fue una pierna. Si me pongo a recordar aquella España una, grande y libre y creyera que todo aquello se volverá a repetir, acabaría creyendo que la creación del hombre fue obra de una deidad sádica para disfrutar eternamente con el sufrimiento de los seres humanos. 

Dice Zaratustra que el hombre que se libre del miedo se convertirá en el superhombre. Lo que significa que para convertirse en superhombre hay que matar a Dios o la Naturaleza. Dios creador o la Naturaleza creadora, como prefiera creer cada cual, otorgó a las criaturas el miedo para que, evitando el peligro, pudieran sobrevivir. Los superhombres son, por lo tanto, seres anómalos que carecen de una característica esencial de la especie humana. La historia ofrece innumerables ejemplos de esta clase de monstruos; por ejemplo Mussolini, Hitler, Franco, ahora Putin. Esos monstruos pueden vivir mandando lo que les apetezca, matando, destruyendo, reconstruyendo a su gusto hasta que su huesos se vuelven polvo, como los de todo el mundo; y pueden hacer cuanto les viene en gana gracias a la cobardía de los hombres normales. 

El hombre normal vive, desde el nacimiento, con su miedo y evoluciona si consigue utilizarlo para sobrevivir. Pero para utilizar el miedo con el propósito que Dios o la Naturaleza nos lo otorgó, es imprescindible identificar correctamente el peligro. Hay peligros tan evidentes que se identifican sin dificultad: un coche haciendo eses por la carretera, un animal salvaje, un viento huracanado. Y hay peligros, a veces mucho más peligrosos, que para identificarlos exigen un esfuerzo de la razón que muchos no están dispuestos a realizar: la proximidad de una persona tóxica, de un estúpido dedicado a hacer daño a los demás, la existencia de los superhombres.       

Dice Nietszche que el superhombre, libre del miedo, vive su vida tan feliz, que está encantado con su fe en el eterno retorno. Sabe que volverá a vivir con la misma felicidad. Tal vez con esa fe se suicidaron Hitler y su mujer, y Goebbels y la suya después de matar a sus hijos. Si Putin es nietzscheano, ya debe tener el final de su vida decidido si pierde la guerra con Ucrania. Pero estas tragedias tan gordas no alteran al hombre normal. La tecnología le ofrece películas, series, juegos que le sacian el morbo con las tragedias más horripilantes por un precio módico y sin peligro; sin peligro evidente. Esas películas, series, juegos no advierten del peligro de transformar a los usuarios en estúpidos sin remedio. Al estúpido sin remedio no se le ocurre que el daño que hace a los demás y a sí mismo con sus estupideces pueda llegar al extremo de cargarse a millones de seres humanos entre losqueélmismo se puede encontrar.            

La situación real en nuestro país no parece tan grave ni de lejos. ¿Qué puede pasar? Puede pasar que los medios consigan idiotizar a una mayoría de votantes y que esa mayoría de votantes decida, el 23-J, sustituir a un gobierno entregado al progreso del país, de la sociedad, de los ciudadanos por el gobierno de un partido sentenciado tres veces por lucrarse con el dinero de todos y de otro partido dispuesto a lanzar a la basura a todo aquel que exija sus derechos como seres humanos; feministas, homosexuales, migrantes, defensores de la naturaleza, todo lo que esos superhombres llaman «porquería progre». Puede pasar que España, como hace poco Hungría, Polonia, Italia, dé la razón a los adoradores del ouroboros, la serpiente que se muerde la cola, símbolo del eterno retorno, y que los españoles tengan que aprender otra vez a callarse lo que piensan; los padres a violentar la sexualidad de los hijos; los hijos a volver con su miedo a la oscuridad de los armarios; los creyentes a pedir a Dios y los no creyentes a pedir a la Madre Naturaleza que, cuando esta vida se les acabe, les lleve al cielo o al purgatorio o los deje para siempre en la paz de sus tumbas, pero que de ninguna manera les devuelva a este mundo convertido, por los superhombres y por los estúpidos, en un infierno.     

¿Qué demonios está pasando aquí?

Amparo Rubiales, ex presidenta del PSOE de Sevilla, icono del partido socialista, tiene que dimitir por decir que un judío es judío y que ese judío es nazi, lo que también es verdad porque el individuo es fascista, y el partido de Hitler y sus sucedáneos actuales se inspiran en el fascismo. Como la estrategia de los partidos fascistas en España se basa en demoler a toda ideología que defienda el progreso de los españoles, ahora piden la dimisión de Francisco Martín, delegado del Gobierno en Madrid, por decir que los de Bildu «han hecho más por España que todos los patrioteros de pulsera»; otra verdad como un templo. Que yo sepa, no ha dimitido, pero ha pedido perdón. ¿Perdón por decir la verdad?  Desde su entrada en el Congreso, Bildu ha votado a favor de la mayoría de las leyes sociales propuestas por el Gobierno. El PP y Vox han votado en contra. ¿Qué partido ha hecho más por España, es decir, por los españoles? En medio de la confusión que confunde a la mayoría, algo que está claro es que la mayoría de los medios con más audiencia del país  han entronizado la mentira y han conseguido que se penalice la verdad. Con esa tergiversación de la realidad en mente, la mayoría de los españoles que votaron el 28-M votaron contra los demás y contra sí mismos. ¿Votará esa mayoría el 23-J con el mismo ofuscamiento que confundió su razón en mayo?  

Los resultados de las elecciones del 28-M obligaron a todos los ciudadanos a enfrentarse a una realidad apabullante. De pronto, la mayoría de los votantes provoca en varias autonomías y ayuntamientos el derrumbe de la obra humana y social construida por gobiernos progresistas. En su lugar, los nuevos amos prometen reconstruirlo todo con estructuras de otros tiempos; restaurar un pasado glorioso que con banderas, lemas, símbolos, letanías y jaculatorias devolverá a los miserables el derecho a vivir su miseria con orgullo. ¡Bienaventurados los pobres!, exclamó el Jesús de Lucas, y de repente los pobres y medio pobres, hartos de las fatigas de estos tiempos tan duros, votaron para dejar este mundo tan feo en manos de los ricos a cambio de la promesa del Reino de Cielos para cuando dejen de sufrir. 

Vagando atónito entre los escombros, el ciudadano inteligente y mentalmente y emocionalmente sano se pregunta, ¿qué carajo está pasando aquí? La respuesta la da Nietzsche por boca de Zaratustra y, con mayor actualidad, Rachel Maddow, una de las analistas políticas de mayor prestigio en los Estados Unidos. Es una respuesta que podría devolver al mundo la esperanza de recuperar la humanidad gracias a uno de los regalos que el hombre, macho y hembra, recibió con su creación: el miedo. 

Empecemos por Maddow. No contenta con presentar en televisión un programa de análisis político de máxima audiencia, hace unos meses lanzó una serie en podcast sobre el auge del fascismo en los Estados Unidos de las primeras décadas del siglo pasado. Los documentos escritos, grabados y filmados de aquella época llevaron, a quienes se pusieron a reflexionar sobre el asunto, a una conclusión escalofriante. Si Japón no hubiera atacado Pearl Harbor, Estados Unidos no hubiera entrado en guerra contra Japón y sus aliados; Italia y Alemania. Alemania habría tenido las manos libres para sojuzgar a los países de Europa a los que aún no había vencido. Las radiaciones de su victoria habrían podido deslumbrar  a todos los votantes estúpidos del mundo que, democráticamente, habrían destruido a las democracias votando por fascistas admiradores de Hitler y su nacional-racismo demencial.

Ahora Maddow se ha metido en otro berenjenal aún más horripilante; una serie en podcast sobre la crisis del 6 de febrero de 1934 cuando las Ligas de extrema derecha y otros grupos afines se manifestaron en la Plaza de la Concordia de París, frente al Parlamento, con la intención de derrocar al gobierno de izquierdas elegido dos años antes. El podcast excita al miedo desde el título: «Deja News», paráfrasis del déjà vu francés. O sea, que lo que Maddow quiere decirnos es que el auge del fascismo hoy en día en todas partes, incluyendo a Europa, es decir, incluyendo a España, es una repetición de lo ya vivido. Lo ya vivido es que en las primeras décadas del siglo XX, el fascismo creció en Italia, Alemania y España hasta estallar en una guerra civil, una guerra mundial, un Holocausto. Lo ya vivido vuelve hoy; el fascismo vuelve a crecer, va creciendo al ritmo en que van creciendo los estúpidos dispuestos a cargarse la libertad y el bienestar de todos sus compatriotas incluyéndose a sí mismos. La estupidez, que parece obedecer a impulsos sádicos, es, en realidad, una forma de masoquismo. 

El déjà vu corroboraría el eterno retorno con que el Zaratustra de Nietzsche ha amargado la vida de tantos filósofos profesionales y amateurs. Son muy pocos los que no experimentan la caída del alma a los pies si se convencen de que todas las circunstancias de la vida se repiten, se repetirán eternamente. La vida es dura, tan dura que, para quitarse el miedo de encima, hay que creer, o que todo acabará con la muerte o que el alma vivirá eternamente disfrutando de eterna felicidad si se ha pasado su vida en la tierra evolucionando constantemente como ser humano. Pero con todo lo que a todos nos toca pasar en este mundo, ¿quién quiere que todo se vuelva a repetir en una segunda vida exactamente igual que ocurrió en la primera? Sólo de pensarlo me vuelven a doler los veinte puntos que me cosieron en un muslo la primera y última vez que me subí a una bicicleta. Y eso que sólo fue una pierna. Si me pongo a recordar aquella España una, grande y libre y creyera que todo aquello se volverá a repetir, acabaría creyendo que la creación del hombre fue obra de una deidad sádica para disfrutar eternamente con el sufrimiento de los seres humanos. 

Dice Zaratustra que el hombre que se libre del miedo se convertirá en el superhombre. Lo que significa que para convertirse en superhombre hay que matar a Dios o la Naturaleza. Dios creador o la Naturaleza creadora, como prefiera creer cada cual, otorgó a las criaturas el miedo para que, evitando el peligro, pudieran sobrevivir. Los superhombres son, por lo tanto, seres anómalos que carecen de una característica esencial de la especie humana. La historia ofrece innumerables ejemplos de esta clase de monstruos; por ejemplo Mussolini, Hitler, Franco, ahora Putin. Esos monstruos pueden vivir mandando lo que les apetezca, matando, destruyendo, reconstruyendo a su gusto hasta que su huesos se vuelven polvo, como los de todo el mundo; y pueden hacer cuanto les viene en gana gracias a la cobardía de los hombres normales. 

El hombre normal vive, desde el nacimiento, con su miedo y evoluciona si consigue utilizarlo para sobrevivir. Pero para utilizar el miedo con el propósito que Dios o la Naturaleza nos lo otorgó, es imprescindible identificar correctamente el peligro. Hay peligros tan evidentes que se identifican sin dificultad: un coche haciendo eses por la carretera, un animal salvaje, un viento huracanado. Y hay peligros, a veces mucho más peligrosos, que para identificarlos exigen un esfuerzo de la razón que muchos no están dispuestos a realizar: la proximidad de una persona tóxica, de un estúpido dedicado a hacer daño a los demás, la existencia de los superhombres.       

Dice Nietzsche que el superhombre, libre del miedo, vive su vida tan feliz, que está encantado con su fe en el eterno retorno. Sabe que volverá a vivir con la misma felicidad. Tal vez con esa fe se suicidaron Hitler y su mujer, y Goebbels y la suya después de matar a sus hijos. Si Putin es nietzscheano, ya debe tener el final de su vida decidido si pierde la guerra con Ucrania. Pero estas tragedias tan gordas no alteran al hombre normal. La tecnología le ofrece películas, series, juegos que le sacian el morbo con las tragedias más horripilantes por un precio módico y sin peligro; sin peligro evidente. Esas películas, series, juegos no advierten del peligro de transformar a los usuarios en estúpidos sin remedio. Al estúpido sin remedio no se le ocurre que el daño que hace a los demás y a sí mismo con sus estupideces pueda llegar al extremo de cargarse a millones de seres humanos entre los que él mismo se puede contar.            

La situación real en nuestro país no parece tan grave ni de lejos. ¿Qué puede pasar? Puede pasar que los medios consigan idiotizar a una mayoría de votantes y que esa mayoría de votantes decida, el 23-J, sustituir a un gobierno entregado al progreso del país, de la sociedad, de los ciudadanos por el gobierno de un partido sentenciado tres veces por lucrarse con el dinero de todos y de otro partido dispuesto a lanzar a la basura a todo aquel que exija sus derechos como seres humanos; feministas, homosexuales, migrantes, defensores de la naturaleza, todo lo que esos superhombres llaman «porquería progre». Puede pasar que España, como hace poco Hungría, Polonia, Italia, dé la razón a los adoradores del ouroboros, la serpiente que se muerde la cola, símbolo del eterno retorno, y que los españoles tengan que aprender otra vez a callarse lo que piensan; los padres a violentar la sexualidad de los hijos; los hijos a volver con su miedo a la oscuridad de los armarios; los creyentes a pedir a Dios y los no creyentes a pedir a la Madre Naturaleza que, cuando esta vida se les acabe, les lleve al cielo o al purgatorio o los deje para siempre en la paz de sus tumbas, pero que de ninguna manera les devuelva a este mundo convertido, por los superhombres y por los estúpidos, en un infierno.     

La esperanza de los valientes

To be or not to be, dice Hamlet con la calavera del bufón Yorick en la mano. Meditar ante una calavera no llama al optimismo a menos que uno tenga fe en la inmortalidad del alma y en la existencia de un paraíso al que irán a parar los algo buenos o los menos malos; la bondad absoluta no cabe dentro de nuestros límites. El de la calavera dejó de ser un ser vivo. Ya no permite esperar que crezca, evolucione, se transforme, contribuya a transformar el mundo. En este mundo, era y ya no es. Simplemente se acabó, y con él se acabó para él toda esperanza. 

No hace falta ser filósofo, ni siquiera estudiante de filosofía,  para darse cuenta de que ser es un verbo perfectamente estático. Su contrario es el verbo esperar en su primera acepción: tener esperanza de conseguir lo que se desea. Esperar, en este sentido, es el verbo dinámico por excelencia y, por lo tanto, vital en todas las acepciones del término vital: perteneciente a la vida; cuestión de suma importancia; algo dotado  de gran energía o impulso para actuar o vivir. El inglés distingue entre esperar en una parada de autobús o en la consulta de un médico, por ejemplo, y tener esperanza de que ocurra algo bueno. El esperar que requiere paciencia se indica con el verbo wait. La espera cargada de optimismo que nos permite desear e imaginar un futuro mejor se expresa con el verbo hope, igual a su sustantivo, esperanza

El soliloquio de Hamlet se considera una expresión genial de la duda, pero es, al mismo tiempo, la confesión de la cobardía más radical. Hamlet afirma que si aguantamos todas las desgracias que tenemos que sufrir en este mundo, es por el miedo a no saber que vamos a encontrarnos después de la muerte. Es decir, que nos describe como cobardes existenciales. No nos suicidamos a la primera de cambio, no por el deseo de vivir, sino por el miedo a morir. Hamlet está paralizado por la duda y por el miedo y al final, la duda y el miedo causan la muerte hasta del apuntador. Evidentemente, si en vez del To be or not to be, Hamlet se hubiera planteado To hope or not to hope, tener o no tener esperanza, puede que hubiera llegado a la  conclusión contraria y que la obra de Shakespeare hubiera tenido un final feliz. Aunque hasta a Hamlet se le cuela la esperanza a pesar de la duda y el miedo que le paralizan. Terminada su meditación pesimista sobre la calavera de Yorick, el pensamiento se le va a su amada Ofelia y le sale un pero: Pero…la hermosa Ofelia, graciosa niña, espero que mis defectos no serán olvidados en tus oraciones. Perdida la confianza en todo cuanto este mundo le ofrece, Hamlet aún se aferra a la esperanza de la redención y, con ella, de la felicidad eterna. Porque aquí, lo que se dice aquí, en este mundo, sin esperanza no se puede vivir, como lo sabe la sabiduría popular que desde hace siglos repite que la esperanza es lo último que se pierde.     

Tener esperanza puede ser una actitud idiota cuando no se funda en algún aspecto de la realidad -dejo el trabajo porque espero que me toque la lotería, por ejemplo- o puede ser la actitud más inteligente cuando responde al convencimiento racional de que la realidad puede mejorarse si se actúa para mejorarla. La esperanza puede ser, en efecto, la espoleta que dispare nuestra voluntad para hacernos actuar. Pero, ¿cómo colocarnos esa espoleta cuando todas las circunstancias conspiran para arrastrarnos a la desesperación? En medio de una pandemia, sin vacuna ni remedio seguro, con un virus que, además de quitarnos la salud y hasta puede que la vida, cierra empresas y quita trabajos; en medio de ese horror, ¿se puede decir a alguien que se pinte la cara color esperanza y se ponga a cantar soñando con tiempos mejores? ¡Y una mierda!, puede contestar quien está preocupado o deprimido del todo, con todo el derecho a estarlo porque la cruda realidad le da la razón. Pero en medio de la preocupación y del dolor, podemos mantener viva la esperanza aunque no nos sirva de analgésico. Observar las instrucciones para no contagiarnos ni contagiar a nadie es una manifestación de la esperanza de sobrevivir. Utilizar el tiempo para buscar ayuda y ayudar; para buscar una salida a un negocio que ha tenido que cerrar las puertas y ofrecer la salida que se nos ocurra a quien se encuentre encerrado en la misma situación; utilizar el tiempo  para abrir nuevos caminos que nos permitan reorientar nuestra vida y conducir a otros a reorientar la suya; utilizar el tiempo para cargarnos de esperanza convencidos de que podemos transformar nuestro mundo inmediato entrenando constantemente nuestra voluntad para llegar a la meta que nos proponemos; luchar como se pueda con la esperanza de vencer  es una manifestación del amor a la vida, del deseo de vivir. Hace poco nos sobrecogió la cuidadora de una residencia de ancianos contando en la radio que una anciana murió aporreando la puerta de su habitación para que le abrieran. Esa mujer, tal vez enferma, tal vez con muy poco tiempo de vida, es un ejemplo de cómo la esperanza es capaz de mover la voluntad hasta el último límite. Murió aporreando una puerta cerrada con llave para que la dejaran salir. Murió con la esperanza de que alguien la abriera.

El To be or not to be de Hamlet es la frase más conocida, más popular jamás escrita. Tal vez porque a lo largo de los siglos desde que se escribió y se pronunció por primera vez, la mayoría se ha identificado con todo lo que implica esa cuestión; tal vez porque para la mayoría, vivir es cuestión de ser, de ser como sea porque a saber qué será cuando dejemos de ser; tal vez porque la mayoría es esencialmente cobarde. 

Cada cuatro años, más o menos, la cobardía de esos cobardes se revela en su elección del partido político al que entregan el poder de gobernar sus vidas. Los populistas de todo signo conocen a ese tipo de electores  y procuran convencerles  de que, si gobernaran otros, el país se hundiría en el caos. Los populistas saben que pintando el presente con las pinceladas más negras, aunque el resultado no tenga nada que ver con la realidad, se ganan el rechazo de los ciudadanos racionales y reflexivos, pero atraen a la masa de cobardes que prefieren tragar mentiras y soportar gobernantes corruptos, recortes salariales, recortes o eliminación de servicios públicos, de derechos, de libertades, de cualquier cosa por el miedo a los otros que los populistas les han instilado; por el miedo a que los populistas tengan razón y pueda ser peor lo que está por venir. Los populistas de todo signo luchan por el poder con la esperanza de que la masa cobarde constituya una mayoría suficiente para llevarles al triunfo, y en varios países del mundo lo han conseguido. Gracias a una crisis económica que afectó y aterrorizó a la mayoría, en esos países,  una mayoría de electores cobardes entregaron el gobierno, es decir, sus vidas, a políticos populistas que les engatusaron con promesas inconcebibles y que les siguen engatusando con inconcebibles mentiras. Los ciudadanos racionales y reflexivos se preguntan cómo es posible. La respuesta está en el discurso de Hamlet. Todos esos cobardes existen por no dejar de existir y renuncian a toda esperanza de transformar el mundo porque, como ellos, las cosas son como son y no pueden ser de otra manera.     

Pronto la realidad confirmará lo que parece ser una simple teoría. Uno de los partidos populistas de este país nos ha prometido una moción de censura al regreso de las vacaciones. Pero el líder de ese partido no será el único que evoque monstruos y monstruosidades para aterrorizar al personal. Casi todos los otros líderes recurrirán al marrón oscuro para pintar el país con tintes escatológicos. El convocante a la moción se ofrecerá  como adalid de España, único capaz de acabar con todas las fuerzas malignas blandiendo su flamígera espada milagrosa. Los otros líderes se anunciarán como los únicos detergentes capaces de limpiar toda la mierda que previamente habrán descrito. Y el presidente del gobierno, ¿que hará? Lo de siempre. Informar sobre la realidad sin colores ni matices y hacer un llamamiento a la esperanza. 

Es un axioma que sin esperanza no se puede vivir una vida plenamente humana. Decidir si se quiere vivir con esperanza o ir sobreviviendo con lo que depare cada día sin otra perspectiva que la muerte, es decir, irse muriendo al ritmo del tiempo, es un derecho. Cada cual tiene derecho a elegir si quiere quedarse quieto para que no le pase nada en el camino o si, como Machado, quiere vivir haciendo su propio camino con su esperanza hasta que ese camino llegue al final o hasta que se abra otro camino después, quién sabe.               

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